María Kodama y Borges

El éxito de este reportaje depende de que en algún momento de la conversación María Kodama confiese los detalles de la noche en que Borges pactó con ella la transformación de su propia vida en novela. Que esto pueda ocurrir resulta, sin embargo, improbable, pero tranquiliza comprender que la prudencia de la viuda de Borges a la hora de responder preguntas privadas también forma parte del argumento de ese libro. Escribo esto mientras escucho de nuevo la entrevista, esta vez con un fondo de música que transforma la voz de Kodama en una especie de dama del punk griega. Escucho como si esperase que en alguna ocasión fuesen a cambiar sus respuestas, y cada vez que ella sube las escaleras de madera del museo Borges para buscar un lugar más tranquilo para hablar, pienso en lo mismo que el día de la entrevista antes de marcar el prefijo de Argentina y escuchar su voz al otro lado del teléfono. “Si no le digo que la grabadora está encendida, se sentirá más relajada”, pienso un segundo justo antes de decirle que el aparato está grabando y que ya podemos empezar la entrevista y entrar en el interior del laberinto.

Nadie salvo María Kodama conoce los motivos más íntimos que llevaron a Borges a convertirla en heredera universal de todos los derechos de su obra, y en su albacea y esposa,  dos meses antes de morir. El resto de la historia, es sencilla. Desde la muerte del argentino el 14 de junio de 1986, en Ginebra, casi todo lo que se sabe sobre él, es María Kodama. Ser ella es lo más parecido a ser Borges que puede existir en el mundo. Sin embargo, a la señora Kodama, como le llama su secretaria, Ana, no le gusta sentirse responsable públicamente de todo ese legado. “Nadie que quiera saber quién es Borges tiene por qué acudir a mí, para todos los que quieran conocerle, ahí está su obra”. En Argentina, María tiene colgada desde mucho hace tiempo la etiqueta de Yoko Ono nacional. “La muerte de Borges fue para mí un cambio radical y terrible, pero bueno, he sobrevivido, también gracias a muchos de ustedes, los periodistas”. En su casa le han llovido (y le siguen lloviendo) críticas desde todos los frentes acusándola de la apropiación de la memoria de Borges y de querer convertir el nombre del escritor en una marca registrada, y muchos todavía la culpan de haber manipulado al argentino para separarle de sus mejores amigos, sobre todo del escritor Adolfo Bioy Casares; y también para que Borges finalmente no fuese enterrado en Buenos Aires, sino en Ginebra, donde la pareja convivió los últimos años. “Suiza fue para Borges el cambio fundamental de su vida, en su adolescencia descubrió allí otra forma de vivir, de tratarse, descubrió lo que después iba a regir su vida, las nociones de convivencia, de respeto, todo lo que era importante para él”, explica María. La última vez que se emprendió desde Argentina una acción legal para repatriar los restos de Borges fue en febrero del año pasado, pero una vez más la viuda del escritor se plantó ante la iniciativa, en este caso de una diputada peronista. “A estas alturas ya no quiero rectificar nada. Se han dicho muchas cosas sobre Borges, positivas y negativas, pero las negativas prefiero dejarlas caer y quedarme con las positivas. Como siempre sucede, el problema está en el lugar de donde eres, porque recuerdo que cuando Borges murió, en medio de todos los escándalos, España y Francia me ofrecieron todo tipo de ayuda, y eso no lo voy a olvidar nunca”.

A María Kodama no le interesa echar leña al fuego porque ella misma es el fuego. Tampoco le entusiasma la idea de escribir una biografía de Borges. Le hace gracia, y en este momento se ríe sola, como si estuviese pensando en algo que no nos va a contar o como si en realidad -y eso es lo más probable- tuviera la cabeza en otro mundo. La misma sensación se repite varias veces a lo largo la entrevista, igual que si estuviésemos leyendo un cuento de Borges donde la verdad se mantiene continuamente en la punta de la lengua pero no se revela nunca. “Quizás los enigmas sean más importantes que las soluciones”, decía el argentino. “No creo que escriba ya nada sobre la vida Borges, estoy abocada a otras historias de escritura, yo escribo cuentos que no publico, y conferencias, que sí publicaré. Escribo porque siento placer al escribir, como cuando leo, pero no sé si tengo interés en explicar, no me gusta, estoy muy cansada, lo que yo quiero es paz”, dice María. Que está agotada se le nota en la voz. Parece que la fuerza de gravedad hace pesar cada vez más su acento argentino, y después de una hora sus frases son cada vez más cortas y volátiles. Acaba de llegar a Buenos Aires desde París, donde ha zanjado durante la última semana un asunto que será noticia la semana siguiente en todos los periódicos de Francia. Las obras completas de Borges regresarían a las librerías del país galo después de diez años de pleitos entre Kodama y el editor de Gallimard Jean Pierre Bernés. Una primera edición de los volúmenes se había publicado entre 1993 y 1999, pero la viuda de Borges se opuso -“el señor Bernés corta los textos de Borges, los mutila”, llegó a decir en la BBC- a que continuase en el mercado, y propuso diversas modificaciones. Una década después, y con la mediación en la delicada cuestión del hispanista Jean Canavaggio, prestigioso traductor de El Quijote, la historia terminaba con final feliz.

Borges está de actualidad todos los días en alguna parte del mundo. Mientras escribo este reportaje las decenas de correos y alertas de noticias en mi bandeja de entrada lo confirman. La última importante es de mayo. Los manuscritos de lo que podría haber sido una novela inacabada de Borges habían aparecido en los archivos de la biblioteca de la Universidad de Texas. Titulado Los Rivero, el texto inédito -del que la viuda desconocía totalmente su existencia- ya se ha editado en España a través del Centro Editores y la Fundación Internacional Jorge Luis Borges, que preside la propia Kodama. Sobre el hecho de que el argentino no hubiese publicado nunca una novela se ha escrito mucho, casi tanto como sobre su eterna candidatura al premio Nobel, pero en el prólogo de Ficciones Borges concretó su personal definición de la novela de un modo casi definitivo: “Desvarío laborioso y empobrecedor el de componer vastos libros; el de explayar en 500 páginas una idea cuya perfecta exposición oral cabe en pocos minutos”. En cualquier caso, la noticia del hallazgo confirma de soslayo el enfoque de este reportaje; pero sea o no María Kodama la más sublime invención literaria de Borges, su trabajo en la Fundación consiste en dirigir la digestión de la obra del argentino en los nuevos lectores del siglo XXI. Está obligada a renovar continuamente sus conocimientos para poder hacer un seguimiento de las interpretaciones de Borges en el mundo, con lecturas cada vez más ligadas a diferentes ámbitos científicos. “Creo que la obra de Borges nutre a la ciencia porque contiene la concentración, como El Aleph, no solo del alma humana, sino del conocimiento en las distintas ramas que nosotros consideramos filosofía y ciencia. En general, lo mismo que sucedió con Wells o Julio Verne, la gente que posee esa imaginación tiene el poder de percibir cosas que los demás no pueden y de darlas de una manera que todavía no es científica pero que abre el camino, es la semilla para que fructifique algo nuevo”. Sin embargo, a María Kodama no le gusta el Borges científico, ella prefiere recordar al Borges más cercano, al hombre ingenioso e irónico que gastaba bromas continuamente. “Como cuando me emborrachó por primera vez en mi vida viendo la caminata del hombre en la luna por la televisión. Yo he vuelto a ver la tele, pero ésa fue la primera y última vez que Borges la vio. A él no le gustaba la tecnología, pero aquel día estaba fascinado e insistió en que yo bebiera licor de huevo para festejar la llegada del hombre a la luna”.

No puedo ver a María Kodama, pero a través de su voz me la imagino treinta años menor, como en la fotografía de los dos en Japón que estoy mirando. Todas las fotos en las que aparecen juntos se parecen en algo. Un Borges ciego mira al infinito con la barbilla un poco erguida y aspecto despistado, y María Kodama, a su lado, con las manos cruzadas, sonríe plácidamente. “Lo que sentí de niña cuando mi profesora me leyó por primera vez un poema de Borges fue que tocaba algo dentro de mí que era esa soledad que yo no sabía decir con ese término, pero que era cierta. Sentí una gran hermandad con él desde ese momento”. El acercamiento de María hacia la intimidad del escritor fue el resultado de un proceso fulminante. Primero pasó de ser su admiradora literaria a ser su alumna; más tarde fue su profesora de islandés, luego su secretaria personal, su amiga, y finalmente su compañera de viaje alrededor del mundo. “Borges nunca se quejó de estar ciego. A él le encantaba que yo le leyera poemas, a autores como Conrad o Kipling, y partes de Cervantes, o partes de la Divina Comedia. En general, a sus autores favoritos”.

Por debajo de la voz de María Kodama en la grabadora suena ahora Shine On You Crazy Diamond,de Pink Floyd, uno de los grupos a los que Borges recurría, como hacía con los Beatles, en busca de fuerza. La heredera universal del argentino no ha dicho todo lo que sabe, lo sabemos, pero su versión de la historia es, al fin y al cabo, la versión de Borges, y eso nos consuela. Ahora, cuando Roger Waters comienza a cantarle a Syd Barret Remember when you were young, you shone like the sun, y María Kodama está a punto de encontrarse con alguien importante dentro del laberinto, es mejor que ella misma, o Borges, tomen las riendas del texto y escriban la última palabra, mientras nosotros salimos fuera y quedamos para escribir un segundo capítulo de la conversación en Madrid. “Aquel día yo estaba mirando con Borges ese cuadro de Goya, el Perro semihundido, en un lugar secreto del Museo del Prado. De repente vi la inconfundible figura de Julio Cortázar, que en aquel tiempo estaba vinculado al socialismo. Yo se lo dije emocionada a Borges, y él me preguntó con una voz glacial: ‘¿Usted le quiere saludar?’. Pero Cortázar ya estaba viniendo hacia nosotros, y entonces abrazó a Borges agradeciéndole que hubiese publicado su primer cuento. Ese reencuentro entre uno de los hombres que más admiro, y Borges, el hombre al que amo, he amado y amaré para siempre se ha convertido uno de los recuerdos más felices de mi vida”.