Eduard Punset

Lo único que sugiere que Eduard Punset (Barcelona, 1936) no tiene veinte años es su aspecto exterior. Por dentro, aún parece que acaba de entrar a estudiar Derecho en la Universidad. Este catalán vitalista y de gustos sencillos es una especie de I-Ching de carne y hueso, el oráculo chino que comenzó a escribir hace miles de años el emperador Fu Hsi tratando de imitar el Universo. Sin embargo, las respuestas que ofrece Punset no son pastillas ni placebos. Sus libros tampoco son el prozac que inunda las librerías de medio mundo, esos manuales para vivir que algunas veces vemos bajo el brazo de los pasajeros que esperan en algún aeropuerto. El divulgador científico más respetado y escuchado del país emprendió hace un lustro un viaje de ida y vuelta hacia el conocimiento, y con su último libro acaba de completar la trilogía sobre la felicidad, el amor y el poder de la mente que resume todas sus reflexiones. De algún modo, Eduard ha querido conocerse a sí mismo para enseñar a los demás cómo hacerlo. El método no admite dudas razonables. Su única guía es la ciencia.

¿Conocer es recordar?

Es una de las pocas cosas en que Platón tenía razón. Hoy sabemos que la memoria es fundamental en la existencia humana en el sentido de que las condiciones acumuladas en el pasado determinan nuestra visión del presente, y a la hora de imaginar el futuro también somos incapaces de hacerlo sin confabular el pasado.

¿Estamos condenados a ser libres?

Estamos programados para ser únicos. Lo que ocurre es que sobre esa programación puede incidir la experiencia individual, nuestro entorno. Hubo un primer adelanto científico sobre esta teoría cuando se descubrió el llamado “gen de la depresión” como responsable de esta enfermedad mental. En la primera parte del experimento, cuando se comprobó esto, los reduccionistas aplaudieron diciendo: “teníamos razón”. Pero el experimento descubrió, en la segunda parte, que este gen podía no expresarse en un ambiente amable. Entonces, aplaudieron todos los demás, diciendo que la experiencia individual también tiene su importancia a la hora de tomar decisiones.

Nada es blanco ni negro entonces…

El gran debate se ha zanjado con el experimento de los taxistas de Londres. Se ha demostrado que el esfuerzo constante por ampliar la memoria mediante la simulación de miles de nombres de calles acaba incidiendo en la ampliación del hipocampo, el órgano cerebral encargado de archivar la memoria. Desde entonces sabemos que estamos programados, pero que somos únicos en la medida que nuestra experiencia individual incide sobre esta programación, y eso abre campos inusitados, imprevisibles e insospechados no solo en el campo de la educación, sino también en el mundo empresarial.

Entonces, si el cerebro se puede modificar, ¿un Gandhi puede llegar a ser un Hitler, y viceversa?

Hoy por hoy tenemos que admitir que las posibilidades de cambiar literalmente el cerebro de una persona son mucho mayores de lo que pensábamos antes, y en el campo de la ciencia ficción yo no tengo ninguna duda de que llegará un momento en que podremos aumentar el grado de compasión o de altruismo de una persona incidiendo sobre determinados circuitos cerebrales.

No puede recordar el título de su ópera favorita, el único género musical que escucha -aparte de las distintas sinfonías de la naturaleza-, generalmente en su refugio del pueblo de Fonteta, en Gerona, donde también escribe, acompañado de su perro Darwin. En cambio, Eduard Punset es capaz de explicar con total clarividencia todas y cada una de las teorías del mundo. No es periodista, ni científico, ni miembro oficial del comité del premio Nobel, pero el catalán ha entrevistado en su programa de la televisión pública, Redes, a la mayoría de los hombres y mujeres de ciencia esenciales de las últimas décadas. Desde Hamilton O. Smith, uno de los artífices del mapa del genoma humano; pasando por Philip Zimbardo, el ideólogo del famoso experimento de la prisión de Stanford; hasta Jane Goodall, la primatóloga que convivió durante 50 años con chimpancés en Tanzania. El modo de pensar de Punset, en la práctica, se parece a una flecha que recorre los tiempos en busca del centro de una diana. El problema es que, en ocasiones, ese punto no existe, y el proyectil se pierde en los abismos del misterio. Pero no es culpa suya.

¿El cerebro tiene ideología?

Definitivamente no. Lo que ocurre es que las convicciones ideológicas y doctrinales implantadas en el cerebro tienen una importancia trascendental, y pueden deformar la realidad. Hay una cosa que podemos llamar disonancias y que es la falta de correspondencia entre una convicción ideológica y la realidad. Cuando se produce esto, el cerebro no solo filtra la opinión contraria, sino que llega a inhibir los circuitos cerebrales mediante los cuales se podía percibir esta disonancia. Pienso que una de las razones que explican la capacidad de la gente para hacerse infeliz tiene que ver con esta capacidad de que las convicciones influyan, distorsionen la realidad.

¿Para ser feliz hay que renunciar a las convicciones mo­rales?

Las creencias pueden acompañar algunas veces los índices de felicidad. El sentimiento religioso moderado en las encuestas que hemos realizado sobre las dimensiones de la felicidad aparece como un factor positivo, y otras veces este encapsulamiento de las convicciones religiosas o ideológicas puede conducir a situaciones anormales. Se ha comprobado a través de un experimento que casi el 60 por ciento de las personas sometidas a prueba pueden llegar a grados delictivos a causa de un entorno desgraciado o de una prisión moral.

¿Si el ser humano hubiese tenido más capacidad para cam­biar de opinión, la historia hu­biese sido de otra forma, hubiese habido menos guerras, menos violencia?

Lo que estamos constatan­do ahora es, aunque parezca increíble a la luz de las guerras mundiales y el holocausto del siglo pasado, una disminución de los índices de violencia en el mundo, y un aumento de los de altruismo, empatía y compasión. Esto es una verdad que va a conmover el mundo y los esquemas educativos e institucionales. Por primera vez la Humanidad tiene futuro. Se ha triplicado la esperanza de vida, y por primera vez no están creciendo los índices de violencia.

¿Qué anécdotas históricas le sugeriría usted a su escritor favorito, Stefan Zweig, si tuviese que reescribir su libro Los momentos estelares de la humanidad?

Yo le hubiera sugerido la historia del ginecólogo húngaro que intuyó, 20 años antes de que se descubriesen las enfermedades infecciosas, que lavarse las manos era importante. Estoy seguro que a Zweig habría sentido una atracción irresistible por estudiarlo. Y creo que también le habría interesado mucho el experimento de los taxistas de Londres…

¿Qué ideas están ganando enteros hoy día?

Creo que la inteligencia social, la relación de un cerebro con otro y no sólo lo que ocurre en el seno de un cerebro, es una de estas ideas que están prosperando. Con la redes sociales estamos viendo todos los días los resultados de esta inteligencia social, de esta conexión entre distintos cerebros. En el mismo sentido, estamos viendo que hoy no hay innovación sin enfoques multidisciplinares, y en cambio las especialización a toda costa y el aislamiento son ideas que conllevan cortapisas al crecimiento.

¿La crisis financiera global ha cambiado en algún sentido la conciencia de la sociedad?

En momentos de crisis, la manada se comporta de una manera determinada. Echa mano de la intuición, del pensamiento inconsciente y recurre al liderazgo de los jóvenes. El altruismo, en cambio, es una constante biológica que en el pasado muchos biólogos incluso cuestionaban, pero que hoy admitimos incluso en el resto de los animales.

¿Por qué la felicidad indivi­dual depende de los valores de la sociedad al completo, de la organización social?

Eso lo hemos visto en los científicos que están estudiando el tema del terrorismo. Una de las conclusiones que están avanzando es que un cambio de organización en el esquema matrimonial, pasar de la poligamia a la monogamia, por ejemplo, disminuye el terrorismo, en el sentido de que al haber menos jóvenes sin esposa desaparece una de las fuentes de este terrorismo. En términos generales, lo que es evidente es que un cambio de conducta o de organización incide sobre algo que considerábamos básico e imperturbable.

Eduard Punset se resiste a ser una hoja del último invierno, apenas sujeta a la rama de un árbol, como le ocurre al viejo Koskoosh (“No se quejaba. Así era la vida y aquello le parecía justo”) del cuento de Jack London. Allí, la tribu, que tiene prisa por seguir su camino y carga con fardos muy pesados, abandona finalmente al anciano -resignado a morir- en mitad de la nieve, junto a un fuego. Punset sostiene que por primera vez en la historia de la evolución el ser humano ha vencido esa metáfora cruel y voraz de la ley de la vida. El propio Eduard es el mejor ejemplo de una existencia colmada de expectativas, sueños y proyectos. El tiempo ha dejado de ser para la manada de los hombres una sombra que se alarga hacia atrás continuamente. El futuro, a los setenta y tantos, también puede ser un hermoso paisaje marítimo al que asomarse cada día y ante el cual asombrase como un niño, inmortal.

¿Qué revolución le queda pendiente a la Humanidad?

Le queda una gran revolución, que parte de la constatación de que hay vida antes de la muerte, cosa que antes no sabía la Humanidad. El alargamiento de la esperanza de vida y la utilización de nuevas tecnologías simultáneamente permite que una vida tenga futuro por primera vez en la historia de la evolución. Nos cansaremos llenando de objetos, de sentimientos y de objetivos esta vida.

¿Nuestro cerebro nos engaña?

El cerebro no está para buscar la verdad, nunca ha estado para eso, sino para sobrevivir, para no pegarse de cabeza contra la pared. Es muy posible que en la medida en que vayamos garantizando la posibilidad de sobrevivir en condiciones más normales aflore la posibilidad de buscar la verdad.

La verdad siempre para más tarde…

Desde luego, y si hay verdad, claro…

¿Qué se contagia más del comportamiento humano, la bon­dad o la maldad?

Desde el comienzo de los tiempos ha habido dos tipos de concepción, una que consideraba que la naturaleza humana era perversa, y otra, al contrario, que era amable, como el budismo. Las investigaciones sobre la moral innata y sobre la inteligencia social darían a entender que tenían más razón los budistas que los cristianos, en cuanto a que la naturaleza humana tiene una tendencia a ser comprensiva mayor de lo que pensábamos.

¿Y cuál es la finalidad del ser humano?

Sobrevivir.

Pero hacemos muchas más cosas…

Primero surge la solución en términos evolutivos, y después el problema. A los pájaros, primero les salen las plumas para protegerse del frío, y estas plumas luego sirven para volar. Primero surge la cocina para sobrevivir, y luego surge el arte que permite disfrutar de la cocina. Es difícil identificar una actividad humana que no tenga las dos vertientes, que sea útil y que al mismo tiempo se convierta en arte.

¿Hay algo sobrenatural en la mente, o simplemente es extraordinariamente natural?

Lo sobrenatural en la mente es un añadido a lo que es natural, y es cierto que cuando analizamos la mente de la gente el grado de conocimiento sobrenatural es todavía muy sorprendente. Por ejemplo, 9 de cada 10 personas dicen haber sentido que alguien les estaba mirando por la espalda, y eso sabemos que científicamente es imposible.

¿Qué posibilidades le faltan aún al ser humano por explorar?

El ser humano tiene posibilidades abiertas más que suficientes para desarrollarse. Yo, particularmente, no espero mucho más. 

*Publicación original:

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