Nació en Inglaterra, en las reuniones de la Taberna Freemason’s, pero el fútbol vivió sus años más felices, la platónica infancia, en barrios que se llamaban Peñarol o Pocitos, junto al Río de la Plata, donde los marinos del imperio británico desembarcaron en el siglo XIX con el ingenio del ferrocarril y la idea de un dios nuevo. Era el mejor de todos los que había conocido hasta entonces la civilización occidental porque no pedía nada a cambio de profesar su credo: solo un inofensivo e hipnótico hedonismo. De los atributos del dios viejo, cuyo certificado de defunción, dicen, firmó Nietzsche poco después en Alemania, el fútbol solo se quedó uno: la forma de la esfera, que había sido desde el nacimiento de la Filosofía también la forma de la divinidad, de la perfección, del universo (artículo completo en Carta de España)